Querido Niño Jesús:
Una vez más, como es mi costumbre todos los años, me encuentro escribiéndote mi carta de navidad. Este año desde un contexto totalmente diferente a los anteriores, pero sabiendo que eres tú el rey de mi vida: desde ese pequeño pesebre en Belén me sigues llamando a desinstalarme y a optar cada día de manera más radical por ti, por tu amor. Aún me falta mucho y tu gracia desafía mi razón, sin embargo, una vez más, vuelve a ganar tu misericordia.
Al mirar hacia atrás, veo que no imaginaba las sorpresas que me darías este año. Ciertamente en mi carta del año pasado te pedía “que tu amor me llene de tal forma, que pueda encontrar en cada niño envuelto en pañales tu rostro lleno de misericordia”. También afirmaba que “sostener en mis brazos al pequeño que sufre me ha llevado a reconocer que el único amor que vale la pena es aquel que tiene un rostro concreto, mientras que todo amor que no pueda ser concreto no deja de ser más que una ideología; y tu amor, niño Jesús, nunca fue una ideología, siempre ha sido una realidad palpable, comprometedora, arriesgada, que lleva a crear mundos de justicia y verdadera fraternidad”.
Si en aquel momento empezaba a intuir muchas cosas, nunca imaginé que, como a Abraham, me invitaras a dejarlo todo nuevamente (incluso lo más amado por mí) y ponerme en camino. Sin embargo, hoy puedo mirarte en ese pesebre, aunque con mucha vergüenza por mis fallas, pero también con gran agradecimiento por sostenerme firme en mi opción por los más pequeños. Este año me presentaste la posibilidad de ser Herodes y sacrificar el futuro de tantos niños, o ser como José y, rompiendo los propios sueños, asumir el riesgo de la paternidad espiritual. No ha sido fácil, querido Jesús, pero tú has estado sonriéndome desde tu pequeño pesebre.
Aún hay muchas cosas que no entiendo y me toca llevarlas en silencio, en mi corazón, como María. ¡Dame la gracia de hacer tu voluntad y decirte en todo momento que sí!
Pero tu Padre no se deja ganar en generosidad y me ha dado el mayor de los regalos: una comunidad parroquial que es una verdadera familia, ejemplo de solidaridad y sincera fraternidad. Siempre huí de la tarea de ser párroco, pues me has dado dones diferentes, pero hasta ahora ha sido una experiencia realmente hermosa y enriquecedora. ¡Gracias porque ya me has dado mi regalo de Navidad adelantado, y con muchas creces, en cada uno de mis hermanos de San Onofre! ¡Gracias por su alegría, por su compañía y exigencias! ¡Gracias por su amabilidad y porque en ellos he encontrado a los aliados perfectos para responder al grito de tantos hermanos empobrecidos que necesitan de nosotros!
Quiero contemplarte en el Belén de cada día, como José y María que escucharon la Palabra y la hicieron vida. Deseo adorarte en el Pesebre de la historia, encontrando en el sufrimiento propio y de otros, las razones que se hacen presentes para alabarte y bendecirte. Lucho por entregarte todo mi afecto y mi entendimiento, de manera que no sea yo, sino seas tú quien viva verdaderamente en mí, afirmando que he dado lugar a la Palabra para que acampe en mi ser.
Hacer que la Navidad acontezca no es cosa fácil, pero tampoco es imposible. Solamente basta creer que tú te has hecho hombre, elevando nuestra naturaleza y llenándola de la divinidad, recordándonos que somos imagen y semejanza de Dios. Por eso, encarnar el Amor debe ser lo natural en la vida, expulsando el odio y el rencor de nuestros corazones.
Perdóname, niño Jesús, si este año mi carta ha estado muy centrada en mi experiencia personal, pero así ha sido todo este tiempo que termina y es lo que te puedo ofrecer con sinceridad. Tanto así, que también debo reconocer un gran regalo que le has dado a la Iglesia y, de manera especial, me ha brindado la palabra justa en el momento adecuado; se trata del Papa Francisco. Esta noche, de manera especial, me recuerda que no puedo acudir al Pesebre si no me dejo iluminar plenamente por ti; en las palabras textuales del Papa: “Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera”. ¡Ayúdanos a caminar en la luz! ¡Danos la misericordia necesaria para perdonarnos y aceptar que nos llamas a caminar juntos! Solamente así, partiendo desde lo pequeño, haremos que tu reino acontezca aquí y se expanda hasta todos los confines del mundo.
Querido Niño Jesús, por último, te pido de manera especial por todas las personas que acuden a mi ministerio pidiéndome que ore por ellos. Tú sabes que no estoy más cerca de ti que ellos, pero desde mi pequeñez uno mi voz a su clamor, colocando en el altar en cada Eucaristía celebrada, las necesidades de todos ellos.
Te sigo ofreciendo mi vida para que, como decía Santa Teresita, sea un juguete para ti.
Con todo mi amor,
Néstor.