Ya vienes a mi encuentro, Señor Jesucristo. Ahora es el momento de verte cara a cara y de ubicarme en la realidad de mi ser como quien verdaderamente soy: un hijo de Dios Padre con sus aciertos y desaciertos; con momentos de opción por la gracia y otros por el pecado. Ha ahí mi temor. Tal vez vengues y hagas justicia contra mí, pues reconozco que en ocasiones he hecho el mal a otros; y también en mi corazón hay deseos de venganza y justicia contra otros que me han hecho mal.
Pero la verdad es que tú, Hijo de Dios Padre, haces justicia y venganza desde la misericordia. Es decir, el perdón es tu regalo y la verdadera venganza y justicia está en aceptarlo o no: quien vive el don de ser misericordioso saltará como un venado y sus ojos brillarán de la alegría, mientras que su contrincante al saberse perdonado sentirá el dolor de haber fallado a un amor tan grande. Pero quien vive el revanchismo del ojo por ojo y diente por diente, en lugar de liberar a los demás y quedar liberado, será esclavo de continuas mutilaciones del ser propio y del otro, al no aceptar la necesidad del perdón mutuo.
Quiero caminar por tu calzada, por el “Camino Santo”, pero mi debilidad es muy grande y estoy sentado al borde del camino. Por eso necesito tu perdón y tu misericordia, así como la de mis hermanos. Hoy escucho el ánimo que me das y decido ponerme nuevamente en camino.
¿Qué temores existen en tu corazón? Preséntaselos a Dios.
¿Quién necesita tu perdón y tu misericordia? ¿De quién necesitas tú el perdón y la misericordia? En tu oración, haz un acto de arrepentimiento y reconciliación: perdona y pide perdón.
¡Señor, gracias por tenderme la mano nuevamente y salvarme de tantos peligros! ¡Gracias por el don del hermano que en tu misericordia explicita tu presencia! ¡Gracias por el don del Sacramento de la Reconciliación!