Estamos ya cansados de profetas del desastre, de personas que únicamente denuncian nuestros pecados y los de los demás pero no proponen caminos nuevos. Esa es una visión profética incompleta. Por eso, tú Señor, no te quedas allí y nos envías consuelo para nosotros y para llevarlo a todos nuestros hermanos: nos anuncias lo absoluto de tu poder y lo pasajero de la vida humana, la grandeza de tu misericordia ante la debilidad del hombre.
Así, la preparación del camino para tu llegada será, más que una penitencia que paga nuestras culpas, tu mano misericordiosa que sana nuestras heridas. El consuelo que viene de ti es salvación para todos; de allí surge la alegría profunda de quien ha sido liberado de toda opresión y no puede callar la razón de su liberación, pues “aquí está su Dios”. El Señor se ha dignado a venir a su encuentro, despojándose de todo para poder abrazar a cada miembro de su pueblo, para tomarlo en sus manos como el pastor carga a sus ovejas. ¡Esa es tu gloria, Señor! ¡Ese es tu camino: el de la misericordia que consuela!
¿Eres buena noticia para los demás o te quedas en la crítica descarnada? ¿Quién brinda consuelo a tu vida? ¿A quién consuelas desde la Palabra de Dios? ¿Eres un anuncio vivo de la misericordia de nuestro Dios?
¡Gracias, Señor, por ser mi consuelo! ¡Dame fuerzas para gritar a todos los vientos tu gran misericordia!