Tú, Señor, eres el único e incomparable. Has creado todo de la nada; me has creado a mí con profundo amor. Aunque en ocasiones pueda pensar que te has olvidado de mí, como lo dice Isaías, sé que no es así. Pues tú no eres un hombre que se maneje con capricho y antojo. No. Tú eres el Dios infinito y perfecto que dispone de todo para el bien de la creación; tú eres el Padre misericordioso que me ofrece infinitas posibilidades de conversión y no se cansa de llamarme una y otra vez. Tú eres el Dios fuente de amor y me das toda la fuerza necesaria para que pueda amar desde ti.
Por todo lo anterior, eres incomparable. Los ídolos, creaciones humanas, pueden ser comparados unos con otros, pues no guardan ningún misterio: todo sobre ellos puede ser conocido. En cambio tú, mi buen PapáDios, eres un misterio que invita a ser conocido: tus caminos son distintos a los nuestros; tu forma de pensar es completamente diferente; incluso tu poder se manifiesta de otra manera a como la manifestamos los hombres. Pero tu Palabra es firme y reveladora.
¿Cómo vivo la realidad de un Dios diferente? ¿Juego con Dios rebajándolo a mi medida? ¿Soy capaz de sacar fuerzas desde Su amor?
¡Ayúdame, Señor, a no olvidar el misterio de tu presencia!