Carta al Niño Jesús

Niño Jesús

Caracas, 24 de diciembre de 2010

Querido Niño Jesús:

Hoy, como todos los años, te escribo esta carta en la cual, al igual que cuando era niño preparándome para la fiesta de tu nacimiento, te expreso mis deseos. Sin embargo, hoy también quiero redescubrirte en el pesebre de mi vida, para que pueda acogerte en la pequeñez de mi corazón.

Lamentablemente, nos pilla este tiempo de fiesta en un ambiente complicado: los embates de la naturaleza han dejado a miles de familias venezolanas sin hogar, tal y como sucedió también hace diez años, aunque en esta oportunidad ha sido menos trágica que en aquel entonces; por otra parte, también encontramos una situación política en la cual la división y la siembra de odio se convierten en herramientas comunes para lograr objetivos personales (y no hablo solamente de la política nacional, sino también de las relaciones interpersonales); tampoco podemos olvidar una situación económica que, tanto a nivel mundial como en nuestro país, pareciera estar favoreciendo una distribución injusta de los bienes, amparada bajo un esquema de violencia y muerte, en lugar de buscar la creación de una economía de fraternidad que favorezca la vida.

Pero la situación que encontramos este año no es muy distinta a aquella en la cual aconteció la primera Navidad: tu pueblo estaba dominado por una potencia extranjera que abusaba de las ventajas económicas traídas por la posición geográfica de Israel; un rey judío fantoche que defiende únicamente su soberanía en lugar de buscar el bien del pueblo, tanto que dentro de pocos días recordaremos la violación del derecho a la vida de aquellos inocentes asesinados por miedo a ser desplazado del puesto, así como hoy por comodidad se siguen asesinando a muchos inocentes dentro del vientre por amenazar la comodidad de sus progenitores. También en tu tiempo gran parte del pueblo sufría oprimido por injustas estructuras políticas, sociales, económicas y religiosas, lo cual no ha mejorado mucho a lo largo de la historia.

Sin embargo, tú naces como fruto de lo imposible: una virgen da a luz un niño, a quien los pastores adoran envuelto en pañales. Frente al pecado de las estructuras y mi propio pecado personal, encuentro la Palabra de Dios hecha carne y habitando en medio de nosotros. No es mi vida el lugar más limpio para que tú nazcas, así como tampoco lo era el pesebre de Belén; tampoco es el lugar donde puede expresarse con más fuerza tu Amor, pero igual sucedía en Belén. En lo pequeño, en lo sencillo, nacen las expresiones del Amor de Dios, se encarna la Palabra, naces tú, querido niño Jesús.

Naciste para mostrarnos el camino para la construcción del Reino de Dios, donde podamos vivir fraternamente. Pero al convertirnos en adultos y entrar en contacto con una realidad donde las utopías pierden fuerza por tantos desengaños a los que estamos sometidos hoy en día, nos extraviamos y dejamos de lado la tarea de asumir el ser hijos de Dios. Hoy tu nacimiento me recuerda ese compromiso de ser testigo de tu Reino, ciertamente utópico, pero cuya construcción es real y vale la pena. Veo a mi alrededor y encuentro gente llena de esperanza, apostando incluso la vida por defender en gestos muy concretos la utopía que se inició en Belén. Naces para traernos la paz, la justicia y la libertad, por eso, ninguna de ellas puede existir sin las otras. Y tu nacimiento me compromete de manera activa con estas actitudes.

Pero, ¿cómo, a pesar de mi propio egoísmo, puedo asumir la vida divina que me ofreces? La respuesta la dio el Papa Benedicto XVI en su alocución del miércoles pasado, cuando recordando a San Ireneo afirma:

“tenemos que acostumbrarnos a percibir a Dios. Dios está normalmente alejado de nuestra vida, de nuestras ideas, de nuestro actuar. Ha venido junto a nosotros y tenemos que acostumbrarnos a estar con Dios. Y, audazmente, Ireneo se atreve a decir que también Dios tiene que acostumbrarse a estar con nosotros y en nosotros. Y que Dios quizás debería acompañarnos en Navidad, acostumbrarnos a Dios, como Dios se tiene que acostumbrar a nosotros, a nuestra pobreza y fragilidad”.

Así, tu nacimiento reta nuestros egoísmos y nos transforma en valientes signos de esperanza para un mundo que está sediento de Dios. Nuestra esperanza se renueva al contemplar lo imposible hecho posible: Dios hecho un niño frágil en un establo de Belén; Dios habitando la fragilidad de mi ser. Despojarnos de nosotros es un ejercicio que debemos practicar constantemente, haciendo espacio para que lo imposible suceda en nosotros, revistiéndonos de la Gracia de Dios y haciendo de cada encuentro con los demás una verdadera Navidad.

Por eso, Jesús, este año solamente me atrevo a pedirte una sola cosa: paz. Paz que empieza en mi interior al encontrar y asumir mi lugar en la creación. Paz que se encuentra al relacionarme con los demás, aceptándoles con sus diferencias y valorándolos como hermanos, verdaderos dones regalados por ti. Paz que valientemente debe transformar las estructuras injustas en libres y plenas de justicia. Paz que solamente puede ser vivida si existe perdón y misericordia para construirla. Así, mi petición se transforma también en ofrenda y compromiso de ser una persona de paz, desde mis limitaciones y pequeñez, pero dejándome transformar por tu bondad.

Tu hermano y discípulo que sigue conmoviéndose al contemplarte en la fragilidad del niño que nace en Belén,

Néstor Alberto.

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Néstor

Néstor Alberto Briceño Lugo nace en Caracas el 19 de septiembre de 1966. Luego de terminar sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad Simón Bolivar, ingresa en la Sociedad del Divino Salvador, donde recibe la ordenación sacerdotal el 24 de junio de 1998. Desde su adolescencia ha participado en grupos y actividades juveniles, desarrollando diversas labores para estar al servicio de los jóvenes en distintos ámbitos. Actualmente desempeña el rol de Asesor de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Ciudad Guayana y es miembro activo del Equipo del Movimiento Juvenil Gaviota. También ha trabajado durante muchos años en la pastoral vocacional de su Congregación. Su curiosidad y la búsqueda de nutrir su ministerio con diversos conocimientos le han llevado a profundizar sus estudios con las maestrías en Procesos de Aprendizaje, Teología Espiritual y eLearning. En estos momentos está terminando su tesis doctoral en Teología Espiritual, especializándose en espiritualidad infantil y salvatoriana. Presta sus servicios como director del Centro de Estudios Pastorales Divino Salvador (CEPDISAL), asesora el Instituto de Pastoral Juvenil de Venezuela (IPJV) y es docente de la Universidad Católica Andrés Bello en Ciudad Guayana.