La conversión que me pides exige esfuerzo, Señor. Y lo primero que debo hacer es centrarme en la vida: construirme teniéndote a ti como base fundamental de la existencia. Por eso, no son mis egos, ni mis ideas, ni mucho menos mis sentimientos, los que deben dirigir mi vida, sino es tu Hijo, Señor, su Palabra, su ejemplo, su misión.
Si dependo de mí, siempre surgirán cosas que me separen de los demás. Pero si dependo de Jesucristo, entonces seré capaz de convivir con aquél a quien he tenido por enemigo pero que, simplemente, no nos hemos entendido. Si hacemos del absoluto de nuestras vidas al Dios verdadero y no a simples hombres de barro, entonces tendremos la seguridad de una mediación cierta; ese es el muchachito que nos apacentará. Pero para ello debo deshacerme de mí mismo y convertirme al verdadero amor que viene del Espíritu Santo.
¿Cuáles son las exigencias del Espíritu para mí el día de hoy? ¿Qué debo convertir en mí para poder vivir con el otro? ¿Cómo puedo hacer para que mi vida se fundamente en Jesucristo?
¡Señor, dame tu Espíritu para poder vivir el don de la fraternidad!