Prepararse para la Navidad, para el encuentro con el Mesías, no es cosa fácil, Señor. Tenemos la tendencia de romantizar la vida y suprimir, de manera consciente o inconsciente, lo que pueda afearla; por eso nos acostumbramos al sufrimiento de los demás, a los sistemas injustos, a las relaciones de opresión de cualquier tipo utilizando miles de excusas para ello. Definitivamente, ese no es el mundo que tú quieres, Padre bueno. No quieres el sufrimiento, pero tampoco quieres mi aislamiento. Deseas que todo tu pueblo se alegre contigo, con tu Hijo y en tu Espíritu. Y si uno solo de mis hermanos (y no digo hermanos carnales, ni siquiera en la fe, sino hermanos en la fraternidad que nos da ser tus hijos) está pasándola mal, pues yo estoy obligado a responder ante él; me convierto en cómplice de la opresión cuando dejo que suceda sin más.
Por todo esto, como cristiano, debo reaccionar ante la pobreza, ante la opresión, ante el cinismo de la historia. Pero no una reacción desde el rencor y el revanchismo, sino desde la alegría de volver al Señor, desde el sentido más profundo de la verdadera fraternidad.
¿Cómo soy cómplice del anti reino presente en medio de nosotros? ¿Qué puedo hacer para que volvamos a alegrarnos con el Señor? ¿Qué debo cambiar en mí para terminar el cinismo presente en mi parte de historia?
¡Danos, Señor, verdadera fraternidad para poder vivir la alegría en ti!