En este nuevo adviento me invitas a esperar tu venida, Señor, como lo hizo el pueblo de Israel. Ante un mundo realmente descompuesto, con dolor causado por la injusticia y por múltiples pecados, la única esperanza que se presenta es tu presencia santa, purificadora, reveladora de misericordia. Empezando por mí mismo, el mundo debe cambiar, transformar los rencores en gestos de amor, las palabras hirientes en rosas que surjan de nuestras bocas, la mentira encubridora en la verdad misericordiosa… Pero necesito tu fuerza y tu poderío para dejarme ganar por ti, por tu presencia en mi vida.
¿Cuáles son las espadas con las que ataco a quienes me rodean? ¿Qué armas debo deponer en mi vida para que sea el Señor quien viva en mí? ¿Qué tierra está esperando ser arada por mí para que pueda surgir la verdadera vida de Dios?
¡Señor, ven a mi vida, transfórmame para que sea yo también tu palabra de amor!