novena

Carta al Niño Jesús

Caracas, 24 de diciembre de 2011

Querido Niño Jesús:

Hoy, como hago todos los años desde que era niño, te escribo mi carta de Navidad. En esta ocasión, deseo pedir tu luz, la misma que iluminó a los magos, para poder acercarme un poco más al misterio de la encarnación; sí, a tu misterio: eres Dios que se hace hombre, instalando su tienda para habitar en medio de nosotros.

Es fácil afirmar este dogma de fe, pero difícil sustentarlo en medio de un mundo para quien tu presencia es inaudita. Muchos gastan sus neuronas y se esfuerzan por negar tu existencia trinitaria con argumentos como el del actual best seller de Dawkins, “El Espejismo de Dios”, donde se utilizan los fallos históricos de las religiones para pretender acabar con la fe. Un nuevo iluminismo, mal enfocado, atenta contra el propio ser humano, disminuyéndole a un conjunto de elementos materiales con determinadas reacciones químicas que, a causa del azar, habita nuestro planeta. Me niego a creer que la verdadera ciencia niegue la fe, por lo que afirmo con Luis Pasteur: “Un poco de ciencia aleja de Dios, mucha acerca a Dios”.

Otros de nuestros contemporáneos te ven como uno de los dioses griegos, bajado de lo alto del Olimpo, tomando forma de humano, para vivir los placeres de este mundo, alejándote de tu divinidad. También me niego a una visión dualista donde lo divino esté completamente separado de lo humano.

Y no es que aquellos que no te encuentran estén haciendo el mal con un deseo premeditado; no creo que haya tanta tontería en el ser humano al negarse voluntariamente a la plenitud de la vida y de la felicidad. Me parece que es, como lo ha afirmado Ortega y Gasset, un error de perspectiva. Citando al gran profesor español: “Dios es la perspectiva y la jerarquía: el pecado de Satán fue un error de perspectiva” (Meditaciones del Quijote, 17).

Quienes no te perciben en sus vidas, no han afinado todavía su alma para poder darse cuenta de los pequeños detalles de amor que cada día les manifiestas. Viven distraídos por la vida, sin saber dónde encontrarte, dónde reposar de tanto agite… Pare ellos, el acontecimiento de Belén es un mito… Claro, ¿cómo puede alguien reconocerte en los grandes espacios de la vida si deja pasar los detalles, viéndolos como hechos obligados de la naturaleza? Volviendo a citar al quijotesco filósofo (18), “para quien lo pequeño no es nada, no es grande lo grande”.

En ti, querido niño Jesús, “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Esa salvación es la perfección de nuestra naturaleza humana: lo humano y lo divino se funden en tu persona, siendo el nuevo Adán en quien se renueva nuestra naturaleza, divinizándonos en cada Comunión. Esa gracia que nos salva de cualquier error de perspectiva porque Tú eres el Todo en todos. Tu nacimiento sencillo y humilde derrumba las ideas de grandeza que tiene el ser humano sobre sí mismo. Ese Dios es difícilmente aceptado por quienes viven sumergidos en el egoísmo, cuyo único deseo es vivir oprimiendo a los demás.

Encontrarte a ti, Niño Jesús, acostado en un pesebre y envuelto en pañales, hoy en día es reconocer tu huella en quien tengo a mi lado. Tal vez no sea tan claro como pudiera parecerlo, pero allí estás: en quien sufre, en el pequeño, en el sencillo, en quien está simplemente esperándote… En todos has dejado tu huella. No importa lo sucio que pueda parecer la vida de mi vecino como si fuera el establo de Belén; la mía no es más limpia. No importa lo apartado que él parezca de tu gracia; tal vez esté más cerca que yo y, seguramente, al no conocer tu verdad su responsabilidad es menor que la mía. No te reconocemos porque no tenemos la totalidad de la vista, solamente una pequeña perspectiva.

Tu divinidad alza mi humanidad, exaltando lo hermoso que hay en ser hombres y mujeres, mostrándonos la posibilidad de vivir basando nuestras vidas en el verdadero amor, el mostrado esta noche en José y en María, consagrando la vida a ti.

A partir de esta noche, no podemos continuar afirmando tonterías como que “Dios nos ha olvidado” o “Dios está lejos de nosotros” o “es de hombres pecar”. No. Desde este acontecimiento de tu nacimiento, “Dios está con nosotros”, pues lo más humano es definitivamente lo más divino. Nuestra naturaleza ha sido iluminada con una nueva perspectiva: la luz de la humanidad de Dios.

Por eso, querido Niño Jesús, hoy no te pido más que nos hagas plenamente humanos, para poder tocar en mis hermanos y en mí mismo, la luz que brota de tu amor, contemplándola en la misericordia y compasión vividas entre todos.

De rodillas te miro y como aquél pequeño tamborilero del cuento, te ofrezco mi humilde zurrón, lo mejor que puedo hacer, pero sé que en ti será parte de la sinfonía de la historia de salvación a la que me llamas.

Pidiendo tu bendición,

Néstor.

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Néstor

Néstor Alberto Briceño Lugo nace en Caracas el 19 de septiembre de 1966. Luego de terminar sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad Simón Bolivar, ingresa en la Sociedad del Divino Salvador, donde recibe la ordenación sacerdotal el 24 de junio de 1998. Desde su adolescencia ha participado en grupos y actividades juveniles, desarrollando diversas labores para estar al servicio de los jóvenes en distintos ámbitos. Actualmente desempeña el rol de Asesor de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Ciudad Guayana y es miembro activo del Equipo del Movimiento Juvenil Gaviota. También ha trabajado durante muchos años en la pastoral vocacional de su Congregación. Su curiosidad y la búsqueda de nutrir su ministerio con diversos conocimientos le han llevado a profundizar sus estudios con las maestrías en Procesos de Aprendizaje, Teología Espiritual y eLearning. En estos momentos está terminando su tesis doctoral en Teología Espiritual, especializándose en espiritualidad infantil y salvatoriana. Presta sus servicios como director del Centro de Estudios Pastorales Divino Salvador (CEPDISAL), asesora el Instituto de Pastoral Juvenil de Venezuela (IPJV) y es docente de la Universidad Católica Andrés Bello en Ciudad Guayana.