Estamos a pocos días de las elecciones parlamentarias en nuestro país y aún los sondeos previos presentan un número relativamente alto de abstencionistas. Preocupa esta actitud, pues es dejar de lado la responsabilidad personal, y abandonar la decisión en manos de otros. Claro que podríamos excusarlos diciendo que ésta es una forma de ejercer la legítima “objeción de conciencia” (consagrada en el artículo 350 de nuestra Constitución), mediante la cual se protesta con acciones concretas, entre las que está incluida la desobediencia civil, contra leyes o decisiones ejecutadas por los gobiernos que violan los derechos humanos; sin embargo, éste no es el caso.
Vivimos en una sociedad que ha optado por la democracia como sistema político. Así lo estipula nuestra Carta Magna en su artículo segundo, donde expresa “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”. Y si vivimos en esta Tierra de Gracia, entonces todos debemos integrarnos a la construcción de esta sociedad. Recuerdo que en la Constitución del 61 la votación era un derecho y un deber ciudadano (cfr. art. 110), mientras que la Constitución Bolivariana la ha dejado únicamente como un derecho (cfr. art. 63). Por lo tanto, hoy más que nunca, debemos educar en el ejercicio de la responsabilidad ciudadana como un deber que, aunque no sea obligatorio por ley, sí lo es por la moral que nos constituye en miembros de una colectividad llamada Venezuela.
Pero dejemos atrás esta primera discusión sobre la asistencia a la cita electoral y pasemos al siguiente punto: ¿cómo debe elegir el cristiano?
Atención, este cómo no se refiere en ningún momento a cuál botón seleccionar; esto lo dejamos a la conciencia de cada quién. Pero sí apunta hacia qué elementos deben estar presentes en nuestra elección. Acudamos al “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” (lo abreviaremos CDSI) para iluminar este punto.
Una de las pistas que nos ofrece el CDSI (Cfr. 408) es la división de poderes en un estado, planteando el sano equilibrio que se da cuando los diversos poderes se mantienen en un justo límite entre sí. Parece ilustrativa la cita de la Carta Encíclica Centesimus annus de Juan Pablo II, quien vivió en la Polonia post-guerra el efecto de la confusión de poderes, cuando refiriéndose a la división de los mismos afirma: “Es éste el principio del Estado de derecho, en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres” (848).
Por otra parte, aquellos que son elegidos para desempeñar un rol público están en la obligación de rendir cuentas al pueblo de todo aquello que han realizado en su gestión. Parece necesario recordar que estamos eligiendo a nuestros trabajadores, es decir, nosotros, los ciudadanos de a pie, somos los dueños del país y elegimos a quienes nos ayudarán a administrarlo. No podemos perder esto de vista, pues si lo hiciéramos, se pudieran cambiar los papeles, pensando que elegimos a nuestros jefes y dueños, cuando en realidad no es así.
Aquellos a quienes elegimos para cargos públicos tienen como tarea fundamental “empeñarse en la búsqueda y en la actuación de lo que pueda ayudar al buen funcionamiento de la convivencia civil en su conjunto” (CDSI, 409). Por lo tanto, hablamos aquí de verdaderos mediadores, que puedan ayudar a entablar la armonía y la paz dentro de todo el pueblo, siendo capaces de renunciar a sus proyectos personalistas para abrazar un proyecto de país que busque el bien común, haciendo síntesis y sumando fuerzas para lograr acciones contundentes que favorezcan lo mejor para dar vida al pueblo (cfr. CDSI, 407, 409).
El aspecto moral de los candidatos no puede ser olvidado. Cuando existe un verdadero componente moral en la persona, que le lleva a asumir actitudes éticas propias de un gobernante que ama a su pueblo, entonces habrá una verdadera acción que “consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales” (CDSI, 410). Allí se hará presente un espíritu de servicio y solidaridad que dejará en último plano los objetivos personalistas para colocar de manera prioritaria el bien del pueblo. Pero se debe tener cuidado con las políticas populistas que muestran una aparente preocupación por el pueblo, planteando soluciones que a la larga solamente traerán más conflicto y pobreza, acompañadas de la búsqueda de prestigio personal.
Combatir la corrupción política también debe ser un aspecto que nos ayude a discernir en el momento de elegir a los candidatos. El CDSI plantea que “entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social” (411). Pero, ¿a qué se le llama corrupción política? Con este término se le denomina a la compra de votos mediante el intercambio de bienes y servicios (bienes y servicios que son un deber y no una dádiva del Estado); al aprovechamiento del puesto político para favorecer a alguna parcialidad en detrimento de otros; al clientelismo y otro tipo de relaciones dadas entre gobernantes y gobernados que impiden la realización del bien común para todos los ciudadanos. Estas actitudes traen como consecuencia desconfianza en el sistema político y desánimo de los ciudadanos en los procesos de participación política.
Todo lo anterior implica para cada uno de nosotros, ciudadanos de esta Patria Grande, asumir en serio la tarea de ser votantes. Debemos tomarnos el tiempo para conocer a los candidatos y contrastarlos con esta lista de criterios básicos que nos regala la Doctrina Social de la Iglesia, para así elegir al mejor servidor para nuestro pueblo.